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Especial Semana Santa 2025
Viernes, 18/4/2025
El Viernes Santo se conmemora el día más trascendental de la historia del mundo, cuando Jesús, en un acto de amor supremo, sufrió voluntariamente la crucifixión como sacrificio por nuestros pecados. No fueron los clavos los que sujetaron a Jesús a aquella cruz, sino la fuerza inquebrantable de su amor: amor por su Padre al cumplir su voluntad y amor incondicional por pecadores como tú y como yo.
El juicio injusto, los azotes, las burlas, el camino al Calvario con la cruz a cuestas y la crucifixión parecían sellar un triunfo del mal y la muerte, sumiendo aquel día en una aparente pérdida de toda esperanza. Sin embargo, tres días después, las fuerzas del mal fueron derrotadas. La muerte fue vencida. Jesús resucitó glorioso para vivir para siempre. Desde entonces, todos tenemos la oportunidad de liberarnos del pecado y de la muerte.
Por esta profunda razón, la liturgia del Viernes Santo no es una misa tradicional: el sacerdote y los ministros entran en silencio y, en lugar de una simple genuflexión, se arrodillan en profunda reverencia. La liturgia consta de tres lecturas significativas:
La primera lectura se extrae del libro de Isaías, presentando el conmovedor canto del Siervo Sufriente, figura que anticipa el sacrificio de Cristo.
La segunda lectura proviene de la carta a los Hebreos, donde se subraya la trascendental muerte sacrificial de Jesús en la cruz, estableciéndolo como el Sumo Sacerdote y el Cordero del sacrificio perfecto.
El Evangelio, según San Juan, nos sumerge en el relato de la Pasión de Cristo, detallando sus últimos momentos.
A continuación, la Oración Universal de los Fieles eleva las súplicas de la Iglesia, presentando las intenciones por:
El Papa, el clero y los laicos.
Los que se preparan para el bautismo, especialmente los catecúmenos que recibirán este sacramento el Sábado Santo.
La unidad de los cristianos.
El pueblo judío y los que no creen en Cristo ni en Dios.
Todas las personas necesitadas y la sociedad en general.
Luego, se realiza la Veneración de la Cruz, el momento central de la celebración. El sacerdote entra en procesión solemne por la iglesia, portando una cruz de madera velada que va descubriendo progresivamente, revelando el símbolo central del sacrificio hasta colocarla en un lugar de honor. Los fieles son invitados a rezar ante ella y a besarla, como signo de reverencia ante el sacrificio de Jesús.
En este día único, recordamos que hay un solo Señor, un solo Salvador, y por consiguiente, una sola Cruz que redime. Este no es un día para apresurarse, sino para meditar profundamente en el sacrificio redentor de Cristo.
Seguidamente, se procede al Rito de la Comunión, con el pan consagrado la noche anterior, el Jueves Santo. Se distribuye únicamente a aquellos que se encuentran en estado de gracia, es decir, libres de pecado mortal, como signo de la profunda unión con el sacrificio de Cristo. Al final, el sacerdote recita una breve oración poscomunión y una bendición, tras lo cual él y los ministros abandonan el altar en silencio, del mismo modo en que todos abandonaron a Jesús cuando murió en la cruz.
Tras seis largas horas de agonía, Jesús entregó su espíritu, y una oscuridad misteriosa cubrió la Tierra, reflejando el dolor del momento. En ese instante, el velo del templo se rasgó misteriosamente de arriba abajo y ocurrió un gran terremoto. Más tarde, su cuerpo fue bajado de la cruz y entregado a su madre, para luego ser depositado en una tumba. Guardias romanos fueron asignados para vigilar el sepulcro y asegurarse de que nadie robara el cuerpo.
El silencio inundó todo. Lo que nadie sabía en ese momento era que, tras el silencio del sepulcro, la gloria de la Resurrección aguardaba, demostrando su divinidad y abriéndonos el camino a la vida eterna.
Adolfo Gelder
adogel@gmail.com