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Especial de Semana Santa
Martes, 26/3/2024 Nos preparamos para vivir, los que creemos en Cristo, la experiencia de la Semana Santa, período que está marcado por tres momentos: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Ahora bien, revisando unas líneas que escribí no hace mucho para este mismo espacio, retomo las reflexiones que en aquella oportunidad reflejaba en ese artículo, a propósito de que no debe haber nada más terrible que caminar solo cuando sabemos que nuestro fin está cerca.
Cuando los amigos duermen en la cercanía, y estás consciente que tu fin se aproxima y es inminente. Morir es un misterio. Es una puerta que apunta a lo desconocido; a un no saber con qué te encontrarás una vez superes el portal que divide precisamente a la muerte de la vida. Señalaba en aquella oportunidad, lo difícil que debe ser estar rodeado de gente un día, de amigos, familiares, allegados, y solo y desamparado el otro. No debe ser fácil sufrir sin necesidad, sin culpa, sin un porqué, sin respuestas. No obstante, ¿qué hace posible soportar un dolor infinito, una culpa inmerecida, un maltrato sin razón; la burla y la humillación; la soledad y la tristeza? Solo una palabra: Amor.
Cuando se ama de verdad, es posible soportar lo insoportable; se puede tolerar la indiferencia, el rencor sin causa; la lejanía, la frustración; la indignación ante la violencia desmedida. Sin embargo, dudo mucho que algún ser humano en su sano juicio sea capaz de tolerar tanto dolor, tanto sacrificio por mucho amor que sea capaz de albergar, o diga ser capaz de albergar. Creo que a lo sumo el amor más cercano a esa capacidad de entrega se refleje en el que dan las madres a sus hijos, pero dudo que su amor sea tan amplio como para extenderlo hacia algún desconocido. Gracias a Dios hubo un hombre que fue capaz de amar de esa manera: Jesús, el Hijo de Dios.
Él no tenía necesidad de padecer. Se entregó voluntariamente por amor, y por ese amor fue posible reencontrarnos con el Padre. Con su muerte voluntariamente aceptada nos hizo “la segunda”, y el muro que el pecado había puesto entre Dios y el Hombre se derrumbó; y desde ese entonces, el dolor de uno solo, y su amor infinito por la Humanidad, hizo posible restablecer el vínculo que estaba fracturado. Y el tránsito doloroso y solitario que lo llevó hasta la cruz, permitió que hoy no camináramos solos. En estos días que para muchos son de celebración, asueto, descanso, fiesta, es bueno recordar que hay un hermano, Maestro, un líder que no abandona, y que más allá del dolor que podamos sentir ante la pérdida de diversa índole, está cerca, abrazándonos, recordando que la muerte no es definitiva, y qué la venció para demostrar que no hay nada imposible para Él.
La Semana Santa debe ser un momento para reflexionar sobre el sacrificio de un Hombre que, sin responsabilidad alguna, fue capaz de darse entero por la causa de la Humanidad, y que hoy nuevamente extiende su invitación a transformar la vida.
Lic. Humberto Luque M. CNP 10.348
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