Un antiguo testimonio escrito en el siglo III muestra a los cristianos rezando a María con la siguiente oración: "Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita." Que la Santísima Virgen María sea la Madre de Dios significa que el niño concebido en su vientre por el poder del Espíritu Santo, llevado en su cuerpo durante nueve meses y nacido en este mundo, es Dios.

Esta celebración destaca la verdad fundamental de la fe de la Iglesia: que Dios, en Jesucristo, aceptó la naturaleza humana y eligió nacer en este mundo como todos hemos nacido, viviendo la realidad de la vida humana. Al hacerlo, aceptó la implicación de lo que significa ser humano, incluidas las experiencias de sufrimiento y muerte.

Llamar a la Santísima Virgen María "Madre de Dios" no es una repetición piadosa ni un título con el que simplemente honramos a la mujer que es la madre de Jesucristo. Testificar que la Santísima Virgen María es la Madre de Dios es una declaración doble: es sobre ella y sobre Cristo. Por un lado, destaca la identidad y la misión de la Santísima Virgen como absolutamente singular y única; nadie más ha sido ni será la Madre de Dios, y nadie más conoce a Cristo como Dios de la manera en que lo hizo la Santísima Virgen María. Aunque ella es total y completamente humana como nosotros, hay algo tan radicalmente diferente en su identidad y misión que, si bien podemos amarla, no podemos comprenderla por completo. Ella es un misterio, y así sucede con su divino hijo. La Santísima Virgen María, como la Madre de Dios, siempre aparece junto a su hijo Jesucristo, porque su hijo es Dios, y con Dios siempre ganamos.

María García de Fleury

Apostolado Mundial de la Virgen de Coromoto

Agencias