Yo le dije:

- Tranquila chica, eso es solo tu imaginación.

- No amiga, cuando me quedo sola en la oficina, escucho cómo suben y bajan las escaleras, sirven agua del dispensador o abren las gavetas. De verdad no me gusta estar sola.

Realizados los trámites, la empresa procedió a tomar posesión de su local, el cual estaba ubicado justamente al lado de la oficina de la inmobiliaria.

Muchas veces, por la labor ejercida, me tocaba quedarme sola hasta después de la hora y sí escuchaba cosas extrañas, pero subía el volumen al radio y no prestaba atención.

Un día, a la hora del almuerzo, todos salieron a comer y me quedé sola en la oficina. Escuché ruidos y me dirigí hacia la recepción, pero sonó el teléfono y fui a atender, de repente vi un hombre con camisa gris, cabello negro liso, peinado de lado que me miró y se fue en dirección a las oficinas. Pegué un grito terrible, solté el teléfono, abrí la puerta y salí corriendo a buscar a los vigilantes. Ya en días anteriores, la puerta había quedado abierta y se habían robado la laptop de el que era mi jefe. Así que pensé, que había pasado lo mismo y el delincuente estaba dentro de la oficina.

Cuando subí con los vigilantes, estos revisaron y no encontraron nada, nos quedamos hablando en la recepción y llegó la asistente de la inmobiliaria a ver qué pasaba, mientras conversábamos se escuchó el ruido de un grifo abierto, nos miramos unos a otros y el vigilante más joven salió en dirección al sonido. Todos nos fuimos tras él y efectivamente el grifo de la cocina, que antes, cuando comprobamos estaba cerrado, lo encontramos abierto en su totalidad y el espacio todo lleno de agua. El vigilante cerró el chorro y salimos sin hacer ningún comentario. Al salir de la oficina, porque ni se crean que me quedé, encontramos que habían pegado cinta adhesiva a lo largo de la puerta de la oficina de la inmobiliaria y dejaron colgando el rollo. Así que mi vecina y yo terminamos esperando en la caseta de vigilancia, que llegara alguno de nuestros compañeros para retornar a nuestras labores.

No me volví a quedar sola porque aún de día escuchaba cosas y eso fue hasta que la inmobiliaria se fue del edificio. Posteriormente, me enteré de que la chica seguía escuchando y viendo cosas, así que no dudé en pensar que tenía su ente personal.

Yo, por si acaso, me aprendí el versículo: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”, Salmos 23:4, porque de que vuelan, vuelan.

Rosalinda González

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