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Jesucristo en bluyín y franela
Domingo, 28/1/2024 En estos días veía con preocupación, pero sobre todo con tristeza, como un grupo de profesionales de la educación, se encontraban en las calles vendiendo productos diversos para poder “equilibrar” de alguna forma el mermado presupuesto familiar. Las expresiones que verbalizaban estaban cargadas de impotencia, rabia, e indignación. Palabras más palabras menos, lo que indicaban con sus expresiones era la tristeza al no poder vivir dignamente de su trabajo, y que éste no compensara o permitiera satisfacer las necesidades básicas tanto de ellos como de sus familias.
Esto parece ser la realidad, por supuesto con sus matices, de quienes optan por la noble tarea de enseñar en diversas partes del mundo. Quizá haya países que valoren más este ejercicio que otros, sin embargo, en líneas generales pareciera ser la actitud de unos cuantos con relación a la educación como ejercicio profesional. Lo más triste de esta realidad, es la percepción que se tiene hoy de la carrera, inclusive por parte de los propios educadores, sobre la importancia de formar. Actualmente el ejercicio de la función docente se asocia a carencia, a trabajo no valorado, a falta de incentivos o reconocimiento; los propios aspirantes a cursar estudios universitarios la ven como la última opción entre la lista.
Recuerdo cómo de niño tuve el privilegio de contar con maestros excepcionales, con una vocación y una entrega extraordinarias. Seres humanos que se daban cada día para formar, transmitir saberes, inculcar valores… Recuerdo a uno especialmente, mi maestro de 6to grado, quien con un don de enseñar único, se dedicaba a acompañar nuestro proceso formativo con una paciencia y sapiencia extraordinarias; haciendo del arte de enseñar una práctica diaria que iba acompañada no solamente de contenidos teóricos sino de un ejercicio que aderezaba con disciplina y afecto.
Hoy, a la luz del tiempo, recuerdo aquellos días con nostalgia y no puedo dejar de asociar la figura de aquel maestro con la de Jesucristo, quien no sin razón era llamado por sus discípulos: Maestro, pues con serenidad, amor, y planteamientos claros, precisos y directos, mostraba el camino a sus seguidores. Enseñaba con el ejemplo, con un discurso cálido pero sin medias tintas. Jesús era considerado un Maestro por esa sabiduría que irradiaba y transmitía a través de cada palabra, cada frase, cada ejemplo que utilizaba para que aquellos quienes lo escuchaban pudieran asimilar y aprehender ese conocimiento que deseaba entregar. Y es que definitivamente un Maestro, en todo el sentido de la palabra, no sólo el que imparte una clase, es un dador de saberes, experiencias, sabiduría… Comparte lo que sabe, con abnegación y deseo de que el otro crezca y sea mejor persona. Y es precisamente eso lo que hace, enseñar lo que sabe pero también lo que experimenta en el diario vivir.
Ojalá los educadores, no sólo los nuestros sino los del planeta entero, nunca dejen de sentir esa pasión por enseñar, pero sobre todo, ojalá los que no somos educadores de profesión valoremos aún más sus enseñanzas, sus esfuerzos, su entrega y abnegación; y mucho más importante aún, aquellos que tengan la responsabilidad de compensar ese esfuerzo desde el aspecto económico, tengan en cuenta siempre lo importante de este ejercicio, lo valoren para que aquello que se hace por vocación, sea considerado y reconocido por la sociedad en su conjunto.
Lic. Humberto Luque M. CNP 10.348
humbertoluquemendoza@gmail.com