Creo que a lo sumo el amor más cercano a esa capacidad de entrega se refleje en el que dan las madres a sus hijos, pero dudo que su amor sea tan amplio como para extenderlo hacia algún desconocido. Gracias a Dios hubo un hombre que fue capaz de amar de esa manera: Jesús, el Hijo de Dios. Él no tenía necesidad de padecer. Se entregó voluntariamente por amor, y por ese amor fue posible reencontrarnos con el Padre. Con su muerte voluntariamente aceptada nos hizo “la segunda”, y el muro que el pecado había puesto entre Dios y el Hombre se derrumbó; y desde ese entonces, el dolor de uno solo, y su amor infinito por la Humanidad, hizo posible restablecer el vínculo que estaba fracturado. Y el tránsito doloroso y solitario que lo llevó hasta la cruz, permitió que hoy no camináramos solos, a pesar de la tristeza que pudiéramos sentir en algún momento.

Gracias a ese gesto, hoy podemos decir con alegría que la soledad no nos acompaña, desde que aquel líder solitario caminó victorioso hasta la cima donde finalmente venció a la Muerte. En estos días donde el cese de la vida terrena parece estar acechando producto, entre otras cosas, por la amenaza constante de enfermedades o la guerra, es bueno recordar que no estamos solos. Que hay un hermano, un maestro, un líder que no abandona, y que más allá del dolor que podamos sentir ante la pérdida de seres queridos, él está cerca, abrazándonos, recordando que la muerte no es definitiva, y qué la venció para demostrar que no hay nada imposible para Él.

Lic. Humberto Luque M. CNP 10.348

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