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Jesuscristo en Bluyín y Franela
Jueves, 23/11/2023 En estos días vinieron a mi mente los ya, un poco más lejanos, días de la pandemia; etapa que en lo personal representó una dura prueba desde lo humano, pues la muerte como desesperada era la protagonista, pues visitó los hogares de varias familias amigas, y dejó su estela de tristeza y dolor sembrada en cada uno de ellas. Para los que creemos en Cristo y en su promesa de que hay algo más que este tránsito temporal, quizá la muerte no represente la catástrofe que para muchos representa.
Sin embargo, hasta para quienes vemos la muerte como parte de la vida, nos resultadolorosa, sobre todo por los cuadros que se dibujan, posterior a ella; o más bien, comoconsecuencia de ella. A quienes vivimos de este lado del charco, creo que nos han acostumbrado a la idea de ver el fin de la existencia como derrota, cierre, finiquito, y en gran medida es así: es el cierre de un ciclo vital. No obstante, lo que más duele de ese cierre es la despedida que por lo menos en esos días, y a propósito de todo el escenario de desesperanza que se respiró producto del COVID y la crisis generalizada asociadas al proceso que implicó fallecer, se hizo muy difícil.
Morir ya no representa simplemente dejar de vivir, sino que manifiesta la impotencia ante todo el proceso posterior al deceso, y que contemplan un seriado de procedimientos y trámites para que los familiares o amigos del fallecido, puedan finalmente darle sepultura o cremar el cuerpo del ser que parte de este plano terrenal. Lo otro que implica el fin de la vida, es el tema referido a los apegos. Es inevitable no sentirse tristes o afligidos ante la desaparición física de la persona querida. Somos seres gregarios, caminamos en grupo, los ermitaños son excepción, no la regla; estamos acostumbrados a convivir (o a mal convivir muchas veces), pero lo cierto es
que necesitamos de la compañía, la cercanía, el roce, el contacto. Creo que eso es lo más doloroso, tener que aceptar que ya no se tendrá cerca al ser amado; a la esposa o esposo, al padre o madre, al hermano, al amigo, o al conocido que en alguna oportunidad compartió un momento de su existencia con la tuya.
Pero definitivamente hay que aceptar el fin de ciclo, por doloroso y traumático que sea. La vida continuará, pero sin negarse por supuesto a experimentar la emoción que acompaña la despedida: el dolor, la tristeza, el desasosiego. Hasta el mismo Jesucristo, en el pasaje que relata el momento que se entera de la muerte de su amigo Lázaro, aun sabiendo del poder que tenía y que puso de manifiesto cuando lo revivió luego de que éste tenía días de fallecido, no dejó de vivenciar el dolor ante la muerte, y eso fue así, simplemente porque la muerte es la evidencia, la pared que nos confronta con la realidad de nuestra humanidad finita, y expresa con lágrimas en los ojos, que todo tiene un fin, aunque a veces esos cierres resulten de la forma menos esperada.
Lic. Humberto Luque M. CNP 10.348
humbertoluquemendoza@gmail.com
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