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Opinion
Miercoles, 13/4/2022 La celebración de la Semana Santa en la provincia, marcada como imperativa en la iglesia católica, no sólo se circunscribe a la asistencia al templo, al domingo de ramos, la adoración del nazareno, o las procesiones; sino que conseguimos una mezcla de costumbres religiosas y folklóricas, que identifican a cada pueblo, para estas fechas.
Desde tiempos remotos el hombre venezolano toma la fecha para agregar a su rutina otras actividades ligadas a la idiosincrasia popular. Es como si esperaran la fecha para dejarle la parte religiosa a la familia, preferiblemente a las mujeres; y en algunos casos, a los más viejos. Mientras que el jefe de la casa se regocija en actividades lúdicas y festivas que le sembró la tradición de su generación.
De allí destacan la organización de encuentros en las peleas de gallos, reuniones familiares para quebrar la zaranda, disfrutar de comidas y bebidas criollas como el arroz con coco, carato de maíz; y otras bebidas espirituales que alegran el momento.
Es así como, mientras el ama de casa está adornando el templo para la procesión de la tarde, el vernáculo estaba al lado de una pila de cocos, en el bar de la esquina, para competir con sus compañeros de farra; quebrando cocos.
También lo podemos ver haciendo el paro en cualquier casa de familia con el pretexto de ayudar a elaborar el pastel de morrocoy, de pescado o pisillo de chigüire; pero, lo cierto es que se le va la mañana, la tarde; y tal vez la semana, en una cancha de bolas criollas, donde lo importante no es ganar la partida de bolas, o de dominó; sino, la distracción.
Apartado de los rezos, sin batas del nazareno, y sin velas para alumbrar. Sumergido en un mundo pagano.
Es como un tiempo de asueto que se toman en el trabajo de la empresa, o de la oficina; llegándose a ver que algunos, que trabajan en el campo, dejan el jornal para buscar una semana de diversión; que termina con la quema de Judas, donde también hay parranda.
La modernidad fue aniquilando las tradiciones de los cocos, las zarandas, los pasteles y otras actividades, que fueron suplantadas por las fiestas populares, encuentros retros y viajes a la playa o ríos.
Claro está, en la familia moderna pesan algunos factores para exhibir el dispendio de antes; la condición económica del grupo familiar, flagelos como la inseguridad y la pandemia del Covid-19; entre otros, han golpeado esta conducta fiestera del venezolano en los días santos, para voltear su mirada hacia el otro tipo de celebración. La fiesta con Dios.
Ahora es común ver familias enteras en el templo, en la procesión, interesados en escuchar el sermón de las Siete Palabras; incluso vestidos de nazareno, pidiendo al Todopoderoso por la salvación de su alma, la protección de la familia; …y, una que otra petición, en silencio, por la Paz y la Libertad de su país, incluyendo ciertos cambios.
Ahora, con más recato que antes, parece que las costumbres tradicionales han perdido espacio. No obstante, en algunas casas de familia todavía se degustan los exquisitos platillos de la época, el divino elixir de los dioses brota como el maná; pero, siempre después de cumplir con la ritualidad que imponen los días santos; sin dejar de pensar cuál Judas quemarán en su barrio.
Rafael González
rafagonrg@gmail.com