En ese orden, quienes ejercen funciones gerenciales, directivas o, en general, de liderazgo, deben desarrollar aún más esa capacidad de anticiparse e ir al frente, y prever jugadas o movimientos que permitan, dependiendo del área o sector en el que ejerce dicho liderazgo, tomar medidas oportunas que le garanticen estar un paso al frente y con mayor posibilidad de maniobra.

Ahora bien, el desarrollo de esa capacidad para anticipar a los cambios no está asociado a un poder especial para prever el futuro; el mismo, es el resultado de la confluencia de diversos factores como el conocimiento, el estudio, el monitoreo a las señales del entorno, y el prestar atención al instinto personal, que hacen posible tomar medidas oportunas para hacer frente a las circunstancias.

Aunque se asume que un líder es alguien dotado de poderes especiales para resolver problemas, éste no posee soluciones mágicas. Su accionar debe estar marcado por la proyección de futuro, y un plan de vuelo u hoja de ruta expresada en metas y objetivos, que debe luego acompañar de una estrategia y, por supuesto, de un equipo que haga posible su ejecución.

El liderazgo de estos tiempos, está consciente de los cambios que cada día se suscitan y no le teme a los nuevos escenarios. En un mundo en el que los límites son cada vez menos y en el que la tecnología ha delineado un escenario globalizado a todo nivel, la aparición de nuevos retos se ha convertido en algo cotidiano que obliga a desarrollar una gran flexibilidad y una enorme capacidad de adaptación.

En ese sentido, debemos estar alertas, buscar información, generar espacios de aprendizaje, que permitan una mejor adaptación a los entornos cambiantes. Tal realidad aplica a todos los escenarios, incluidos los religiosos, en los cuales, aunque el mensaje se mantenga, la forma de presentarlo se ajuste en aras de de que llegue con mayor efectividad.

Lic. Humberto Luque M. CNP 10.348

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